sábado, 6 de febrero de 2010

Creí sentir un ternero mugir lo cual era muy poco probable, por lo que decidí asomarme al balcón. Descubrí a un perro negro, se parecía al del parque que siempre está reposando bajo la fresca sombra de los arbustos. Le murmuré que me mirara y entonces le pregunté qué le pasaba. Me quedé mirándolo fijo, nos quedamos mirando fijo alrededor de tres minutos hasta que decidió voltearse. Quedó de costado hacia mi mirando de forma perdida, miró la calle y cambió de rumbo, dándome entonces la espalda. Me quedé ahí, inclinada observando como se marchaba.
Desde ese momento llevo una sonrisa conmigo.

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