Hay que llegar al final del cuaderno para encontrar nuevamente flores. Es un manojito de nomeolvides. Silke lo anuncia inmediatamente debajo, antes de escribir las líneas con que concluye el herbario.
Después volveremos a esta última página. Ahora cierro el cuaderno y te pido que prepares tu corazón para escuchar el desdichado final de esta historia.
Sí. Termina mal. Ya te advertí al principio que es tan bella como triste... Es cierto, podría inventar un final feliz, pero eso sería mentirte, porque la vida también trae penas gigantescas.
Voy a contarte, entonces, lo que sucedió mientras el cuaderno quedó olvidado. Para ello...
Elijo un río en el mapa alemán
(me decido por el Isar)
A caminar junto a sus orillas van Silke y Erwin. Es día de excursión. Pero no van solos, por supuesto; son demasiado niños todavía... Herr Berger, su maestro, y todos los compañeros marchan con ellos.(me decido por el Isar)
Erwin y Silke pronto se las arreglan para quedar un poquito rezagados.
¡Qué delicioso es escapar por unos minutos de la vigilancia del maestro, sacarse los zapatos y retozar descalzos sobre la hierba!
-¡Si nos viera Herr Berger! ¡Los dos a los primeros bancos, como penitencia, durante una semana!
Pero Herr Berger no los ve, seguro como está de que ninguno de sus alumnos se atreverá a desobedecer su orden de no apartarse del grupo.
Aunque... ¿es que Erwin y Silke están en realidad desobedeciendo?
No, son chicos, simplemente; chicos distraídos por el sol; chicos embriagados por el aire libre de esa mañana; chicos enamorados que juegan a ver quién de los dos encuentra primero una flor para el herbario...
-¡Te gané Erwin! -exclama de pronto Silke- ¡Florcitas celestes!
-¿Dónde?
-¡Allá, en la ribera! ¡Más adelante!
-¡Voy a cortarte un ramito!
Y disparando sale el muchacho, hacia el sitio que le indica su amiga.
-¡No, Erwin! ¡Es peligroso! ¡No te acerques al borde! ¡Me basta con mirarlas desde aquí!
Sordo a su pedido, Erwin va hacia la orilla del río hasta que Silke no distingue más que su luminosa cabeza rubia.
Corre ella detrás. Casi lo alcanza en el momento en que él arranca un ramillete. Entonces, la pena gigantesca: Erwin da un traspié y resbala al agua.
Logra arrojarle el manojito a su amiga, mientras el mismo grito desgarra su garganta y el corazón de la niña: -¡No me olvides!
Se lo lleva la correntada.
Son inútiles los desesperados intentos de salvarlo que hace el maestro.
No me olvides...
A los pies de Silke, dispersas aquí y allá y sin saberlo, un montón de florcitas silvestres acaban de recibir su nombre.
¿Volvemos a abrir el cuaderno?
Su última página.
Debajo del ramito seco se lee:
-Ya pasaron tres meses sin Erwin.
Ayer a la mañana, mamá me llevó a visitar su sepultura por primera vez.
En cuanto me dijo que ya podía empezar a levantarme, le rogué que me permitiera ir al cementerio.
Al principio se negó. Tuve que insistir mucho para obtener su sí.
Aunque mis piernas no están aún lo suicientemente firmes y me parecía andar sobre algodones, me siento bastante mejor de salud, casi repuesta.
Por eso, no entiendo por qué, en cuanto volvimos a casa, mamá me ordenó que regresara al lecho. Dice que todavía no estoy curada, que la debilidad me hace ver cosas inexistentes. Telefoneó de inmediato al doctor Helbig, quien me revisó anoche y volvió a visitarme esta mañana. Se acaba de ir. Luego de cuchichear con mamá en la sala, me recomendó más reposo y reforzó la dosis de los medicamentos.
Sin embargo, yo sé que no fueron visiones...
¡Cómo se recorta entre el verde de alrededor!
Porque la hierba que crece sobre el lugar donde descansa mi queridísimo amigo es celeste. Celeste.
Como estas florcitas silvestres que bauticé ''nomeolvides''

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